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INTRODUCCIÓN
En la mujer adulta la declinación de la función ovárica y la irregularidad de los ciclos menstruales se producen naturalmente como consecuencia del envejecimiento normal.
La menopausia se asocia con factores que repercuten en la salud de la mujer, prevaleciendo el aumento del riesgo cardiovascular, las modificaciones óseas, la modificación del perfil lipídico, la hipertensión arterial, la redistribución de la masa grasa, el aumento de peso y el desarrollo o agravamiento de la obesidad (1). La mayoría de los estudios poblacionales han demostrado un aumento significativo pero pequeño (1-2 kg) del peso durante la menopausia (2). A pesar de estos hallazgos, la etiología del incremento del peso durante este periodo aún no está totalmente aclarada (1).
Durante el climaterio el deterioro anímico es el síntoma que más a menudo lleva a las mujeres a consultar, siendo la perimenopausia la etapa de mayor riesgo (3). Las manifestaciones más referidas por las mujeres incluyen alteraciones de la conducta emocional como cambios en el estado de ánimo, irritabilidad, ansiedad, depresión, síntomas vasomotores como sofocos, así como disminución de la libido y de las relaciones psicosociales (4).
Los estrógenos y progestágenos pueden antagonizar la acción de los glucocorticoides, cuya liberación parece jugar un importante rol en la generación de cuadros de ansiedad. Los estrógenos han demostrado poseer un efecto ansiolítico al mejorar la eficiencia de la neurotransmisión serotoninérgica, actuando también sobre otros sistemas de neurotransmisión, incluyendo catecolaminas, acetilcolina, GABA y glutamato, entre otros (5). El descenso de los niveles de estrógenos observado en la menopausia, provoca alteraciones en la liberación de la secreción de leptina, en la regulación del apetito, en el metabolismo del triptófano y en la disminución del turnoverde la serotonina y de la dopamina, aumentando la expresión de cuadros de ansiedad en mujeres vulnerables (6).
A su vez, los niveles séricos de leptina y de serotonina se han correlacionado significativamente con el índice de masa corporal (IMC) y el aumento de la grasa abdominal medida por la circunferencia de cintura (CC) (7-8).
Siendo el triptófano el único precursor de la serotonina, y ésta el principal inhibidor de la ingesta de hidratos de carbono, su déficit podría explicar modificaciones en la conducta alimentaria de las mujeres perimenopáusicas (9). Así, para alcanzar el efecto serotoninérgico, se describe la aparición de una conducta compulsiva por el consumo de alimentos ricos en hidratos de carbono (10).
Diversos estudios demuestran que tras la ingesta de dulces, chocolates y alimentos ricos en azúcares se favorece la síntesis de serotonina a nivel cerebral, lo cual produce sensación de calma luego de los episodios de compulsión (11).
De esta manera, las comidas ricas en hidratos de carbono y pobres en proteínas estimulan la secreción de insulina y generan una disminución de los niveles plasmáticos de aminoácidos como leucina, isoleucina y valina, los cuales compiten con el triptófano para ser transportados al cerebro. Resulta entonces un aumento del flujo de triptófano al otro lado de la barrera hematoencefálica y por lo tanto el aumento de su concentración a nivel cerebral. En contraste las comidas ricas en proteínas contribuyen a una mayor cantidad de aminoácidos que compiten con el triptófano, generando así una disminución de la entrada de éste aminoácido al cerebro (12).
Dentro de los denominados Trastornos de la Conducta Alimentaria No Específicos (TANES), se describe el picoteo de alimentos compulsivo (Craving), definido como ingestas repetidas, sin hambre, de pequeñas cantidades selectivas de alimentos, de carácter placentero y que por lo general ocurre en horarios vespertinos (13). Se postula entonces a la compulsión glucídica como un craving específico de alimentos ricos en hidratos de carbono.
La asociación entre los TANES y el estado nutricional ha demostrado tener un valor predictivo para el desarrollo de alteraciones metabólicas, sobrepeso y obesidad a través de diferentes trabajos de investigación (14-15-16).
Está demostrado en varios estudios que las mujeres que comienzan la perimenopausia tienen mayor probabilidad de sufrir una depresión mayor (DM) que aquellas
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