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Introducción
El consumo elevado de azúcares es un problema de salud pública. Se ha comprobado que la ingesta de alimentos y bebidas ricos en azúcares libres puede ser una fuente importante de calorías innecesarias, especialmente para los niños, los adolescentes y los adultos jóvenes (1). Varios informes han concluido que una alta ingesta de azúcares libres incrementa el riesgo de aumento de peso (2-5), exceso de peso (5), obesidad (4-6), diabetes tipo 2 (4-6), hipertrigliceridemia (4-7), dislipidemia (4), hipercolesterolemia (6), presión arterial más alta (4-7), hipertensión (5), accidente cerebrovascular (4-6), cardiopatía coronaria (4-6), cáncer (5) y caries dentales (2, 4-6).
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define a los azúcares libres como, todos los monosacáridos y disacáridos añadidos a los alimentos por el fabricante, la persona que cocina o el consumidor, más los azúcares naturalmente presentes en la miel, los jarabes y los jugos de frutas (2, 8). En tanto que, los azúcares añadidos o agregados incluyen a aquellos añadidos a los alimentos por el fabricante, la persona que cocina y el consumidor (2). La OMS recomienda limitar la ingesta de azúcares libres a menos del 10% del total de energía de la alimentación para prevenir el exceso de peso corporal y las caries dentales, y menos del 5% para obtener beneficios adicionales para la salud (2).
Un estudio realizado en ocho países de Latinoamérica en mayores de 15 años con el objetivo de determinar la ingesta de azúcares y las principales fuentes alimentarias (9) demostró que la Argentina es el país con el consumo más elevado de azúcares agregados en la región, principalmente proveniente de bebidas azucaradas e infusiones. Se evidenció un menor consumo a medida que aumentó la edad y no se observaron diferencias según el nivel socioeconómico (10, 11).
El consumo de alimentos y la ingesta de nutrientes cambia a lo largo del ciclo vital y de acuerdo a las condiciones sociodemográficas (12). No se han encontrado publicaciones que describan la ingesta de azúcares agregados desde la infancia hasta la adultez en la población argentina. Para abordar esta brecha, utilizamos datos de las encuestas alimentarias con información disponible con el objetivo de analizar la ingesta de azúcares agregados en la población argentina por etapa del ciclo vital y según nivel de ingreso, e identificar las principales fuentes alimentarias de los mismos.
Materiales y método
Se diseñó un estudio observacional, descriptivo y transversal, basado en datos secundarios. Se analizaron los datos obtenidos por la Primera Encuesta Nacional de Nutrición y Salud (ENNyS) 2005 (13, 14) y la Primera Encuesta Alimentaria Nutricional de la Ciudad de Buenos Aires (EAN-CABA) 2011 (15). La elección de las mismas se debió a la disponibilidad de información sobre consumo de alimentos y bebidas obtenidas a partir de recordatorio de 24 horas. La ENNyS se realizó entre octubre de 2004 y julio de 2005, tomó una muestra representativa de población urbana de Argentina de niños/as de 6 a 23 meses de edad, niños/as de 2 a 5 años, mujeres de 10 a 49 años y mujeres embarazadas. La EAN-CABA, fue realizada entre mayo y noviembre de 2011, tomó muestra representativa de individuos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, incluyendo niños/as de 7 meses a 12 años, adolescentes de ambos sexos, madres con niños/as menores de 6 meses, mujeres en edad fértil y adultos de ambos sexos mayores de 60 años.
En ambas encuestas la información de consumo de alimentos y bebidas se recabó mediante un recordatorio de 24 horas, aplicado por nutricionistas entrenados en la técnica. En los menores de 13 años la información fue brindada por las madres o los responsables del cuidado del niño/a. Para unificar los alimentos y bebidas registrados en ambas bases se utilizó la misma categorización.
En el presente análisis se analizaron los azúcares añadidos o agregados y su estimación en los alimentos y bebidas fue realizado de acuerdo a la metodología propuesta por Louie JC, et al. (16) a partir de los datos de la base de datos del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) (17) y otras tablas internacionales, del rotulado nutricional de alimentos envasados y de composición de alimentos obtenidos en el laboratorio del Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (CESNI).
A partir de la cantidad neta de alimentos y bebidas registradas en el recordatorio de 24 horas y del contenido de azúcares agregados cada 100 g de alimento o 100 ml de bebida, se estimó la ingesta total de azúcares agregados, expresado en gramos por día y proporción de la energía total. Se calculó la proporción de individuos que consumieron más del 10% de la energía total proveniente de los azúcares agregados, considerando como límite superior el recomendado por la OMS (2). También se estimó la proporción de población que consumió azúcares agregados, considerando aquellos individuos que registraron consumo el día previo.
Para identificar las fuentes de azúcares agregados, se calculó la cantidad total consumida de cada categoría de alimentos y bebidas, en el total de la muestra y en cada grupo etario. Luego, esa cantidad total se dividió por el número de individuos de toda la muestra y de cada grupo de edad, obteniendo el promedio de consumo en base al cual se calculó el porcentaje correspondiente a cada categoría de alimentos y bebidas
El consumo de azúcares agregados se estratificó de acuerdo al quintil de ingresos per cápita del hogar, utilizando la variable disponible en las bases de datos. Se incluyeron en el análisis los individuos de 2 años o más.
El análisis estadístico se realizó considerando la ponderación muestral provista por cada base de datos para cada sujeto, una técnica estadística que permite corregir desequilibrios en la muestra y obtener datos con mejor representatividad poblacional. Se calcularon medidas de posición, dispersión y porcentajes. Se utilizaron modelos de regresión lineal para estimar la asociación entre la ingesta de energía expresada en kilocalorías y de azúcares agregados expresada en gramos y porcentaje de la energía, ambas como variables dependientes y el nivel de ingresos categorizado en quintiles en forma continua, como variable predictora; y de regresión logística para la adecuación al límite de azúcares agregados (10% energía). En todos los casos considerando la ponderación muestral, no fue necesario realizar transformación en los datos. Los análisis fueron realizados utilizando el software SPPS versión 20 (SPSS Inc., Chicago, IL, USA).
Los adultos participantes y los responsables de los niños y adolescentes firmaron un consentimiento informado al momento de su participación en las respectivas encuestas. De acuerdo a la Ley de Secreto Estadístico 17.622 que garantiza el anonimato de los participantes y la confidencialidad de la información durante el procesamiento de los datos, las bases de datos utilizadas no contenían información relativa a los datos personales de los encuestados.
Resultados
Se evaluó la ingesta de 13.625 individuos en la ENNyS y 4733 en la EAN-CABA. En la tabla 1 se presentan las características de las muestras estudiadas.
La proporción de individuos que consumió azúcar agregada (AA) fue cercano al 100% en todos los grupos evaluados por la ENNyS, mientras que en la EAN-CABA un 15,5% de los adultos mayores y 7,1% de las mujeres en edad fértil no consumieron ningún azúcar agregado el día del recordatorio.
En los niños, niñas, mujeres adolescentes y mujeres en edad fértil de la Argentina, la ingesta promedio de azúcares agregados osciló entre 73,2 ±43,3 g/d y 88,2 ±57,8 g/d, lo que en promedio representa el 18% de la energía diaria aportada por éstos. Entre el 72% y el 84% de la población consumió más del 10% de la energía en forma de azúcares agregados (Tabla 2). El consumo de energía mostró una relación positiva con los ingresos del hogar en todos los grupos evaluados, es decir que a medida que crecían los ingresos aumentó el consumo. En los niños y niñas de 2 a 5 años se observó una tendencia creciente en la proporción de energía aportada de azúcares agregados a medida que aumentaba el nivel de ingresos (p<0,01), mientras que en las mujeres en edad fértil la tendencia fue inversa (p<0,01), con una ingesta del 20,3% de la energía en las mujeres del primer quintil de ingresos y 14,4% en las del último (Tabla 2, Figura 1B).
En la población de la Ciudad de Buenos Aires, la ingesta de azúcares agregados osciló entre 27,0 ±33,5 g/d en los adultos mayores y 83,5 ±63,7 g/d en los adolescentes. Estos valores representaron en promedio entre el 7% y el 15% de la energía diaria. Entre una cuarta parte y tres cuartas partes de la población estudiada superó el límite de ingesta de azúcares agregados recomendado (Tabla 2). En los escolares de 5 a 12 años y adultos mayores de 60 años se observó una tendencia creciente en la proporción de energía aportada por azúcares agregados a medida que aumentaba el nivel de ingresos (p<0,01), mientras que, en los niños y niñas de 2 a 4 años, las mujeres en edad fértil y las madres de niños menores de 6 meses, la relación entre el consumo y los ingresos fue inversa (p<0,01) (Tabla 2, Figura 1B).
En relación a los alimentos aportadores de azúcares agregados, se observaron similitudes en los alimentos y diferencias en el aporte a través de los distintos grupos etarios y entre ambas encuestas. El azúcar de mesa y las gaseosas contribuyeron con entre el 30% y 70% del consumo, ubicándose en primer lugar el azúcar de mesa excepto en los niños y niñas de 5 a 12 años y en el grupo de adolescentes de la Ciudad de Buenos Aires donde las gaseosas ocuparon el primer lugar (Tabla 3). Le siguieron las golosinas, galletitas, jugos industriales, yogures y dulces.
El aporte de las bebidas azucaradas (gaseosas y jugos) se incrementó desde la infancia hasta la adolescencia donde encontró el máximo consumo y luego descendió, al igual que las galletitas (Tabla 3, Figura 2). En la Ciudad de Buenos Aires, los niños y niñas escolares consumieron 1,8 veces más azúcar proveniente de gaseosas y jugos y los adolescentes 3,2 veces más que los niños de 2 a 4 años. Mientras que los adultos mayores de 60 años consumieron la mitad que los niños de 2 a 4 años y 7,5 veces menos que los adolescentes. En tanto que, para el azúcar de mesa el consumo de los escolares y adolescentes fue 1,5 veces mayor y el de las mujeres adultas fue 2,4 veces mayor que el de los preescolares (Tabla 3, Figura 2).
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